- “¿Qué delito cometió esta gente?” –a lo que él me respondió:
- “Principalmente cometieron dos infracciones: sincerar el verdadero precio de las carteras y pretender que otros pobres como ellos compartan los mismos bienes con las clases más acomodadas”.
- “¡Tomá mate y avívate! ¡Te salió el montonero de los 70’!” –le dije medio en broma y medio en serio. Pero mi viejo pareció no escucharme pues continuó con su discurso de barricada.
- “El rico compra una cartera de $ 800.- no porque le guste demasiado ni porque la necesite. Solo lo hace porque le da status y porque usar ese producto, como tantos otros, es como mostrar un carnet de pertenencia a lo más elevado de la escala social. Y lo peor que le puede suceder a la gente frívola como ésta es que otro, con mucho menos, pueda ostentar sus mismos códigos de grandeza.
Parecieran decir “yo quiero que me estafe Louis Vuitton vendiéndome una carterita de mierda a precios estrafalarios; pero no soporto que me estafen “los cabecitas negras”. Prefiero despilfarrar el dinero, que es lo que me sobra, y no la autoestima, porque de eso tengo poco”.
Mientras intentaba procesar las ideas de mi padre, un hecho casual no hizo más que darle la razón y confirmar lo que estaba diciendo. Agazapada detrás de un árbol, cual delincuente, una rubia teñida hablaba por celular:
- “¡Señor policía, venga urgente a la esquina de Corrientes y Florida! Hay un montón de delincuentes sentados sobre unas mantas ofreciéndoles a la gente cosas inútiles y a precios razonables. ¡Apúrese, oficial, que hay muchos pobres a punto de convertirse en gente como uno!”
Kikito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario