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jueves, 5 de abril de 2012

Haciendo Historia N°1: Las Malvinas, La Dictadura, La Guerra.





En 1973 la crisis del petróleo marca el fin de un decadente modo de acumulación basado en el modelo keynesiano, impuesto en el mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La actividad económica internacional comienza a tener como eje el sistema financiero. El exceso de liquidez en los mercados internacionales provoca una baja en las tasas de interés. La necesidad de colocar capitales en forma de préstamos en los países dominados hace que estos aprovechen la coyuntura para endeudarse. De esta manera cubren sus déficits fiscales y buscan impulsar el desarrollo industrial, como sucedió en México y Brasil, quienes junto a la Argentina fueron los países latinoamericanos que más deuda tomaron. El exceso de liquidez, producido por los petrodólares, ponía en marcha un nuevo modo de acumulación capitalista cuyo eje era la actividad financiera. Los préstamos efectuados a través de los bancos privados, el FMI y el Banco Mundial, llevaban implícito el reordenamiento internacional que exigían los países dominantes (Europa Occidental y Estados Unidos); utilizando una vieja herramienta: la deuda externa. A través de la deuda, las políticas tendientes a mantener la hegemonía de los países dominantes sobre Latinoamérica son puestas en práctica con la complicidad de los sectores dominantes locales. El monitoreo regular del FMI garantiza la dominación económica. En el aspecto político, las dictaduras militares son los instrumentos de estos sectores para llevar a cabo este proceso en la región durante la década del 70.

            Los objetivos que se planteó la dictadura cívico-militar que el 24 de marzo de 1976 dio el golpe de estado que derrocó al gobierno de María Estela Martínez, fueron recuperar la hegemonía política de los sectores tradicionales, terminar con el modelo productivo industrial y suplantarlo por un modelo centrado en el sistema financiero acorde a los intereses internacionales. El objetivo de constituir a los sectores tradicionales en poder nuevamente era impedido por la resistencia popular que no permitía el establecimiento de un bloque de poder pro imperialista funcional a la estrategia política y económica de los países dominantes. La imposibilidad de establecer una articulación hegemónica, provocaron que el capital financiero local, las empresas extranjeras,  los grupos monopólicos locales, la gran burguesía agro-exportadora en conjunto con los militares formados en la Doctrina de la Seguridad Nacional, se planteen una estrategia para destruir el núcleo central del sujeto revolucionario: los obreros. Esto implicaba un aumento cuantitativo y cualitativo en la violencia ejercida desde 1955, la ruptura del tejido social y el desmantelamiento de la Argentina industrial. La destrucción de la resistencia popular y antiimperialista tuvo varios frentes. Las Fuerzas Armadas a través del Estado ejercieron un plan sistemático de desapariciones con el fin de desarticularla. Utilizaron un discurso articulado en torno a la necesidad de frenar el peligro marxista internacional que vendría a descomponer a la sociedad y la nación: terminar con el caos interno, la violencia desatada por los “subversivos”, y recomponer el orden.

Hacia comienzos de la década de 1980 los objetivos que se había planteado la dictadura estaban cumplidos en su primera etapa, el comienzo de la desindustrialización del país, el cambio de un paradigma productivo industrial a uno especulativo financiero, la desarticulación de la resistencia popular, y del entramado social; tarea que luego fue continuada y culminada por el gobierno neoliberal de Carlos Menem. Mientras tanto, la situación de la Dictadura había cambiado, que perdía el apoyo y el consenso que tenía en grandes sectores de la sociedad, reclamando una apertura democrática. A las rondas semanales de las Madres de Plaza de Mayo, se sumaban cada vez con mayor repercusión los reclamos de los organismos de Derechos Humanos. La CGT, conducida por Saúl Ubaldini, participó de la populosa manifestación del 30 de marzo de 1982 en Plaza de Mayo. Además la situación económica seguía deteriorándose. Tres días después, el 2 de abril de 1982, el dictador Galtieri anuncia la recuperación de la Islas del Atlántico Sur. Podemos pensar que la improvisada decisión, quizás fue que el deseo de un militar de reverdecer los laureles del ejército, quizás cumplir el sueño de comandar una guerra, quizás salvar la dictadura utilizando Malvinas como un significado para aglutinar en torno suyo a la sociedad argentina y continuar en el poder hasta fines de la década. O quizás todo junto. Tuvo su momento de gloria, cuando se llenó la Plaza de Mayo para apoyar la acción militar, aunque en esa Plaza también se aprovechó para reclamar democracia, y expresar el repudio a la Dictadura. La invasión a Malvinas que pretendió desplazar a los ocupantes británicos de esa parte del territorio argentino que invaden desde 1833, y ejercer plenamente la soberanía, obtuvo como resultado lo contrario a lo esperado. Intentando recuperar por la fuerza lo que durante décadas se intentó por la vía diplomática, perdió la guerra un precario ejército argentino integrado por jóvenes sin experiencia, contra uno de los mejores ejércitos del mundo, mejor preparado y equipado. Quizás los dictadores supusieron que Estado Unidos los apoyaría, en obsequio a los favores que les debían al impulsar sus políticas en el hemisferio sur, llevar a cabo la represión y el terrorismo, y colaborar en Centroamérica. O que oficiaría como árbitro en la contienda, dejando a los dictadores salirse con la suya, pero manteniendo el honor británico a salvo. La derrota, llevó a precipitar el final de la decadente dictadura. Posicionar en una situación de fortaleza a Margaret Thatcher que le permitió continuar aplicando su política neoliberal en Gran Bretaña. Pero a costa de las mismas víctimas que el terrorismo de estado, el pueblo, y en particular aquellos jóvenes, que obligados o voluntarios, fueron a defender lo que creyeron más sinceramente, la soberanía de su país.


Martín López





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