En 1973 la crisis del
petróleo marca el fin de un decadente modo de acumulación basado en el modelo
keynesiano, impuesto en el mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La
actividad económica internacional comienza a tener como eje el sistema
financiero. El exceso de liquidez en los mercados internacionales provoca una
baja en las tasas de interés. La necesidad de colocar capitales en forma de
préstamos en los países dominados hace que estos aprovechen la coyuntura para
endeudarse. De esta manera cubren sus déficits fiscales y buscan impulsar el
desarrollo industrial, como sucedió en México y Brasil, quienes junto a la
Argentina fueron los países latinoamericanos que más deuda tomaron. El exceso
de liquidez, producido por los petrodólares, ponía en marcha un nuevo modo de
acumulación capitalista cuyo eje era la actividad financiera. Los préstamos
efectuados a través de los bancos privados, el FMI y el Banco Mundial, llevaban
implícito el reordenamiento internacional que exigían los países dominantes
(Europa Occidental y Estados Unidos); utilizando una vieja herramienta: la
deuda externa. A través de la deuda, las políticas tendientes a mantener la
hegemonía de los países dominantes sobre Latinoamérica son puestas en práctica
con la complicidad de los sectores dominantes locales. El monitoreo regular del
FMI garantiza la dominación económica. En el aspecto político, las dictaduras
militares son los instrumentos de estos sectores para llevar a cabo este
proceso en la región durante la década del 70.
Los
objetivos que se planteó la dictadura cívico-militar que el 24 de marzo de 1976
dio el golpe de estado que derrocó al gobierno de María Estela Martínez, fueron
recuperar la hegemonía política de los sectores tradicionales, terminar con el
modelo productivo industrial y suplantarlo por un modelo centrado en el sistema
financiero acorde a los intereses internacionales. El objetivo de constituir a
los sectores tradicionales en poder nuevamente era impedido por la resistencia
popular que no permitía el establecimiento de un bloque de poder pro
imperialista funcional a la estrategia política y económica de los países
dominantes. La imposibilidad de establecer una articulación hegemónica, provocaron
que el capital financiero local, las empresas
extranjeras, los grupos monopólicos
locales, la gran burguesía agro-exportadora en conjunto con los militares
formados en la Doctrina de la Seguridad Nacional, se planteen una estrategia para
destruir el núcleo central del sujeto revolucionario: los obreros. Esto
implicaba un aumento cuantitativo y cualitativo en la violencia ejercida desde
1955, la ruptura del tejido social y el desmantelamiento de la Argentina
industrial. La destrucción de la resistencia popular y antiimperialista tuvo
varios frentes. Las Fuerzas Armadas a través del Estado ejercieron un plan
sistemático de desapariciones con el fin de desarticularla. Utilizaron un
discurso articulado en torno a la necesidad de frenar el peligro marxista
internacional que vendría a descomponer a la sociedad y la nación: terminar con
el caos interno, la violencia desatada por los “subversivos”, y recomponer el
orden.
Hacia comienzos de la
década de 1980 los objetivos que se había planteado la dictadura estaban cumplidos
en su primera etapa, el comienzo de la desindustrialización del país, el cambio
de un paradigma productivo industrial a uno especulativo financiero, la
desarticulación de la resistencia popular, y del entramado social; tarea que
luego fue continuada y culminada por el gobierno neoliberal de Carlos Menem.
Mientras tanto, la situación de la Dictadura había cambiado, que perdía el
apoyo y el consenso que tenía en grandes sectores de la sociedad, reclamando
una apertura democrática. A las rondas semanales de las Madres de Plaza de
Mayo, se sumaban cada vez con mayor repercusión los reclamos de los organismos
de Derechos Humanos. La CGT, conducida por Saúl Ubaldini, participó de la populosa
manifestación del 30 de marzo de 1982 en Plaza de Mayo. Además la situación
económica seguía deteriorándose. Tres días después, el 2 de abril de 1982, el
dictador Galtieri anuncia la recuperación de la Islas del Atlántico Sur. Podemos
pensar que la improvisada decisión, quizás fue que el deseo de un militar de
reverdecer los laureles del ejército, quizás cumplir el sueño de comandar una
guerra, quizás salvar la dictadura utilizando Malvinas como un significado para
aglutinar en torno suyo a la sociedad argentina y continuar en el poder hasta
fines de la década. O quizás todo junto. Tuvo su momento de gloria, cuando se
llenó la Plaza de Mayo para apoyar la acción militar, aunque en esa Plaza
también se aprovechó para reclamar democracia, y expresar el repudio a la
Dictadura. La invasión a Malvinas que pretendió desplazar a los ocupantes británicos
de esa parte del territorio argentino que invaden desde 1833, y ejercer
plenamente la soberanía, obtuvo como resultado lo contrario a lo esperado. Intentando
recuperar por la fuerza lo que durante décadas se intentó por la vía diplomática,
perdió la guerra un precario ejército argentino integrado por jóvenes sin
experiencia, contra uno de los mejores ejércitos del mundo, mejor preparado y
equipado. Quizás los dictadores supusieron que Estado Unidos los apoyaría, en
obsequio a los favores que les debían al impulsar sus políticas en el
hemisferio sur, llevar a cabo la represión y el terrorismo, y colaborar en Centroamérica.
O que oficiaría como árbitro en la contienda, dejando a los dictadores salirse
con la suya, pero manteniendo el honor británico a salvo. La derrota, llevó a
precipitar el final de la decadente dictadura. Posicionar en una situación de fortaleza
a Margaret Thatcher que le permitió continuar aplicando su política neoliberal
en Gran Bretaña. Pero a costa de las mismas víctimas que el terrorismo de
estado, el pueblo, y en particular aquellos jóvenes, que obligados o
voluntarios, fueron a defender lo que creyeron más sinceramente, la soberanía
de su país.
Martín López
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