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domingo, 2 de septiembre de 2012

Caracoles



         Quiero confesar, no con poca vergüenza, mi irrefrenable voracidad por exterminar caracoles. Vengo desarrollando desde hace años, desde las más sutiles hasta las más crueles y audaces formas de eliminarlos

Todo mi sadismo, que no es poco, confieso, lo he canalizado y desarrollado al extremo con estas pobres criaturitas del señor. Porque quiero aclarar que los caracolitos son criaturas que inventó Dios digamos… digamos… en el tercero o cuarto día. Resulta que el tipo, cansado de tanta creación, hizo un alto en el laburo y mientras dormitaba creó a este monstruo acorazado. El malhumor de una siesta corta,  debe haberlo impulsado a darle forma a esta atrocidad lenta y pesada, pero de una paciencia implacable y una capacidad de reproducción asombrosa.

Años más tarde, las nobles docentes de la rama inicial le han transformado su verdadero  rostro , poniéndole carita simpática, y de esa forma, han disfrazado su verdadero rostro de vil exterminador de plantas, porque el caracol con su voraz lentitud, arrasa con cualquier cosa verde y carnosa que se le cruce. Esta es la verdadera causa de que se hayan transformado para nosotros, los amantes de la botánica en enemigos irrefutables.

Este molusco gasterópodo  hermafrodita, posee un cruel sentido de discriminación hacia el resto de sus parientes. Así fue que los he visto, insultar a sus primas hermanas las Pulmonatas, diciéndoles indigente, homless en algunos casos y cuando quieren realmente lastimarlas, les llaman casquivanas y cuando la cosa se pone realmente espeza, terminan la conversación con un contundente babosa sin casa. De igual manera y con absoluta crueldad, estos monstruos de la naturaleza, han bautizado peyorativamente a los oniscídeos por su lugar de procedencia, como si eso los hiciera mejores o peores; como si un bicho argentino, uruguayo a finlandes fuese mas que uno senegalés o boliviano; de esta manera, le han hechado un apodo que aun se conserva y lograron así que pasaran a la historia reconocidos como bichos bolitas

El caracolicidio se ha transformado en una suerte de hobbie macabro que salgo ha desarrollar como se debe en las noches de tormenta. De esta forma. Munido de piloto y botas, salgo a urgar entre las más bellas flores de mi jardin a esta bestia implacable. A la luz de los relámpagos generalmente se desarrolla el exterminio. Agua, fuego, tierra, golpe, impacto, sal, pimienta, veneno, tijera, en fin. Una gama interminable de recursos de sadismo y perversión que, nacidos de este profundo odio hacia la especie, he desarrollado como bien decía antes hasta el detalle perverso de la crueldad absoluta

No es solo una cuestión de supervivencia y que algo tienen que comer pobres criaturitas. Estos abominables seres, libran una despiadada batalla con los vegetales, esos pasivos proveedores de oxígeno desde hace años Lucha definitivamente desigual, que estos seres aprovechan al grito de “A comerse a los quietos”, y sintiéndose decididamente veloces, arremeten contra todo lo verde que se les cruce y que no se mueva

Dispuesto estoy a enfrentarme con la Sociedad protectora de caracoles, con Greenpeace o con quien fuera para defender mi postura. He tomado nota de cada planta roída, cada flor cortada, cada tallo talado. Fotografié con fecha cada acto  de terrorismo botánico que ha acontecido en mis tierras cubiertas de bellas plantas. Puedo comprobar que es un  meticuloso plan de exterminio vegetal, y defender mi postura (que también es la de varios mas) que todo esto es un plan perfectamente orquestado desde las sombra de algun rincón o desde bajo una piedra un día de sol y poco humedad.

Ya confesado mi amor por el odio, me despido a la espera de aunque sea algun chaparrón aislado que despierte nuevamente al monstruo


Esteban Bresolín

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